México tiene una larga historia de implementación de programas y políticas orientadas a mejorar la nutrición de los grupos vulnerables.
Ya desde hace varias décadas el gobierno ha puesto interés en la alimentación de los mexicanos, considerando la dieta una de las principales causas de desnutrición, atraso y pobreza en el país.
Según investigaciones
del instituto nacional de nutriología se
dieron cuenta que la falta de
higiene, la baja ingesta proteica y calórica
son los factores principales que ocasionaban un menor rendimiento en el
trabajo de la clase obrera, campesinos y trabajadores. En la mayoría de las poblaciones mexicanas el
consumo calórico provenía el 90% del
maíz, alimento considerado pobre en proteínas y aminoácidos.
En las últimas décadas del siglo
XIX, México experimentó grandes transformaciones como parte del proceso
modernizador encauzado por Porfirio Díaz (1877-1910). La Revolución, el proceso
de industrialización aceleró su paso, favoreciendo la migración del campo a la
ciudad.
El México moderno se vinculó con
los espacios urbanos y una cultura de clase media que reprodujo sus valores e
ideales a través de los medios de comunicación masiva y del desarrollo de una cultura
del consumo de alimentos.
En las décadas de 1940 y 1950,
los hábitos alimenticios de los sectores populares tanto urbanos como rurales
fueron objeto de preocupación entre médicos y autoridades de salud, que argumentaron
que el tener una dieta balanceada y una cocina limpia eran elementos fundamentales
para el desarrollo de una nación sana y productiva.
La alimentación fue objeto de
regulación por vez primera durante el Porfiriato, período en el que se sostuvo
la influencia negativa de ciertos alimentos. La élite porfiriana percibía la
dieta de las clases bajas, basada en maíz, frijol y chile, como inferior.
Julio Guerrero un sociólogo Influenciado
por el darwinismo social, sostuvo que la dieta de los
pobres era lo que los mantenía
en el atraso social. El comentaba que la
clase baja comían poca carne; Los huevos
jamás entraban en el menú del proletario, que consistía en tortillas de maíz en vez de pan de harina, verdolagas, frijoles,
nopales, quelites, calabazas, fruta verde o podrida, chicharrón y sobre todo
chile en abundancia, como guiso o condimento”. Guerrero también criticó el
consumo de comida de origen indígena, como los tamales, que calificó como
producto de “una repostería popular abominable”, ante lo cual promovió la adopción
de las cocinas francesa y española.
Desde finales del siglo XIX,
médicos y autoridades de salubridad relacionaron la nutrición no sólo con la
salud, sino también con valores morales. Es decir, una dieta pobre y la falta
de higiene ocasionaban no sólo que las personas se enfermaran sino también que
fueran proclives a la inmoralidad y el crimen.
Miranda, escribió en 1940: “el
sujeto mal alimentado es perezoso, flojo, incapaz de trabajo intenso y
sostenido, apático, sin ambiciones, indiferente a lo que le rodea, lleno de
limitaciones físicas y mentales, con un horizonte estrecho, fácilmente
sugestionable.
Debido a la problemática de la baja ingesta calórica y los malos hábitos
de alimentación el gobierno se vió forzado a empezar una lucha contra a la
desnutrición, médicos especialistas
consideraron recomendar una dieta balanceada
basada en trigo, carne, leche y alimentos lácteos, aumentando el consumo de
proteína animal, para de esta manera disminuir
la desnutrición y aumentar la productividad de la clase obrera.
Rodriguez, S. A. (2008). Alimentando a la nación: Género
y Nutrición en México (1940-1960). Revista de Estudios Sociales No. 29,
196.
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